jueves, 6 de abril de 2017

Intrigas en la corte castellana


Alfonso Castilla: «Estamos ante la trepidante historia de un hombre singular, culto y apasionado, enfebrecido por la ambición de poder»

Durante la reciente celebración de la Feria del Libro en Córdoba tuvo lugar la presentación del libro «La Salamandra púrpura», de Luis Enrique Sánchez, publicada por la editorial Utopía Libros. En el acto, celebrado en el salón del Centro Cultural San Hipólito, intervinieron el editor, Ricardo González, Salvador Blanco, vicepresidente de la Diputación Provincial, el autor y Alfonso Castilla, presidente de Andalucía Económica, quien presentó la obra y cuyo texto reproducimos a continuación:


… Hace tres años que soy lector de las publicaciones de UTOPÍA y tengo que felicitar a Ricardo González Mestre por el entusiasmo, el tesón, y el cariño que con muchas dificultades está cubriendo un espacio editorial que Córdoba necesita. Gracias Ricardo. 
De Luis Enrique sabía de su profesionalidad y de su especial habilidad en el ámbito de la comunicación institucional y empresarial, donde la palabra es instrumento determinante para crear una imagen social positiva y atractiva de la empresa o institución a la que se representa. Conocía, además, su trayectoria académica en el ámbito de la investigación archivística, pero confieso que me sorprendió la calidad de su dimensión literaria cuando se atrevió a darla a conocer en El Tesorero de la Catedral. Una calidad, evidente en la riqueza de vocabulario y sus formas expresivas, que corroboró con Espectros en Trassierra y que llevó al crítico literario Antonio Moreno Ayora a situarlo en el Olimpo de escritores cordobeses contemporáneos. Hoy, nos confirma todo lo que presumíamos con esta nueva entrega, la Salamandra púrpura: una obra definitiva, de plena madurez, en la que solventa con naturalidad y brillantez las dificultades que siempre entraña abordar la construcción de una novela en torno a la biografía de un personaje tan complejo, en una época tan turbulenta como el siglo XV.

Perspectiva del salón de actos
             Luis Enrique se ha caracterizado por desplegar su literatura, sus obras de ficción, teniendo siempre a la historia como fuente de inspiración, con lo que aúna —y esto se lo he oído decir en alguna ocasión— dos de sus facetas vocacionales como son la investigación histórica y la creatividad literaria. De este modo dota a la historia de un componente didáctico y atractivo, pues no en vano la belleza es el resultado del arte literario. Porque en la obra de Luis Enrique podemos observar ese afán por la búsqueda de la emoción en cada párrafo, en cada página, hasta hacernos comprender lo acertado de Dostoievsky cuando, en Los hermanos Karamazov, decía que «la belleza es el campo de batalla donde Dios y el diablo se disputan el corazón del hombre».

Pero sus obras no utilizan la historia únicamente como telón de fondo, como si fuera un paisaje sobre el que discurren los personajes, sino que le imprime la impronta personal de la investigación, de la exhaustiva documentación sobre personajes y lugares, que visita y recorre personalmente, consiguiendo una riqueza visual y tal cúmulo de detalles que nos introduce de lleno en aquel tiempo, en aquellos lugares donde tiene lugar la peripecia vital de su protagonista, Alonso de Fonseca. De este modo, la lectura de La Salamandra, irremediablemente, nos hace vivir desde dentro los avatares de aquella corte convulsa e intrigante. Porque la novela nos cautiva, nos conquista con su deleite verbal hasta hacernos creer que esa historia no es de papel, sino que es la realidad y que estamos viviéndola a la vez que sus personajes.

Intervención de Alfonso Castilla
             Contribuye notablemente a su ambientación el uso del lenguaje de la época, con el que el autor está familiarizado tras años de lectura de los textos originales en archivos catedralicios. Y este arcaísmo en el léxico, que en principio podría parecer como una dificultad para el lector, se convierte en sus manos en un elemento enriquecedor, nada vanidoso, que autentifica, además, a esta novela como testimonio elocuente de aquella realidad histórica, el siglo XV y más concretamente el reinado de Enrique IV, caracterizada por la corrupción y la rapacidad de la nobleza, insaciable siempre a la hora de acaparar rentas, mercedes y señoríos.


             Partiendo del castillo de Coca —uno de los castillos mudéjares más bellos de nuestro país—, la acción cabalga a la par de aquella corte viajera e inquietante, donde Fonseca es el condimento indispensable de todos los contubernios. Valladolid,  Segovia, Madrid, Córdoba, Sevilla, Béjar, Toro…, son algunos de los exteriores de sus escenas, desarrollándose sus interiores en palacios, alcázares y castillos. De la corte sale esporádicamente en episodios tan extravagantes como su propio protagonista. Tal es  el asedio y conquista de Santiago de Compostela, que dirige personalmente Alonso de Fonseca, o la persecución a la que somete a su propio sobrino —en cuyo empeño llega con su ejército hasta los arrabales de Sevilla—, sin dejar de mencionar la huida de la reina Juana de Portugal de uno de sus castillos, descolgándose por las murallas.  Peripecia real, en su doble sentido, que hace bueno el dicho popular de que la realidad supera a la ficción.
              Estamos ante la trepidante historia de un hombre singular, culto y apasionado, enfebrecido por la ambición de poder y temeroso, a la vez, a los avatares que le tiene reservados la diosa Fortuna. Este supersticioso temor reverencial era muy común en los hombres de la época, incluso en los que se presuponía formación intelectual o religiosa, pero en la atmósfera en la que vive Fonseca, donde la delación y la traición eran moneda de uso corriente, es aún más natural que la rueda de la diosa girase con especial insistencia, situándolo unas veces arriba, en la cúspide, para dejarlo caer en cuanto los vientos se mostraran esquivos. A pesar de ello, luchará siempre para revertir su suerte, sin reparar en reservas éticas, morales o religiosas. Para él, el fin justifica sobradamente los medios, y no tendrá empacho en cebar la mecha de una guerra civil en Castilla si, de esa manera, salva su cabeza, recupera sus bienes y vuelve a su preeminencia social y política. Y será, sin duda, la capacidad que muestra para hacer frente a la fortuna —donde no se excluye el engaño, la maldad o la crueldad—, una de las principales razones de su éxito político y personal.

Público asistente a la presentación del libro
              Señor feudal, guerrero, arzobispo fundador de una dinastía de arzobispos al más puro estilo de los Borgia; mecenas, amante apasionado e instigador de múltiples maquinaciones en la corte, el protagonista de La Salamandra es el prototipo de prohombres pre-renacentistas, lo que es un aliciente para el novelista al encontrarse con un fascinante personaje de infinidad de perfiles. Nuestro autor explota con habilidad esos recursos, esas posibilidades, envolviéndonos en el rico universo de hechos, emociones y fantasías de Alonso de Fonseca, en el que queda claro —entre otras cosas— que la carrera eclesiástica es una mera plataforma desde la que alcanzar el poder y la influencia ante nobles y reyes, como lo evidencia el hecho de que apenas resida en las sedes que regenta, de las que únicamente le interesa sus cuantiosas rentas, utilizándolas incluso caprichosamente como moneda de cambio. En consecuencia, y como hombre de su tiempo, el celibato no entra entre sus virtudes, deambulando con frecuencia en las páginas de la novela rodeado de mujeres, como doña Guiomar de Castro o Beatriz de Bobadilla, obsesionado siempre con la reina Juana de Portugal.
               El libro, en definitiva, una historia tan tragicómica como atractiva, es también una toma de posición del autor frente a la corrupción moral y social, una rotunda reprobación de esa vil prostitución del estado sacerdotal en pos del poder y la riqueza, y la denuncia del imperio del individualismo en detrimento del bien común. Lo que viene a poner en evidencia que, en nuestro autor, es imposible separar su esfera personal de la creativa, siendo siempre consciente de la responsabilidad ética que conlleva el carácter divulgativo y comunicativo de una obra literaria.
               No puedo evitar recoger la pregunta que se hace Alfonso de Palencia: «¿cómo podría ser que los poderosos no se conformen con dominar el mundo hoy ,en el presente, sino que además quieran asegurarse el dominio de la historia, de la posteridad?».
               Con mi sincera y entusiasta felicitación al autor, he de confesaros que la lectura de La Salamandra púrpura me ha producido un verdadero placer, hasta el extremo de que al terminar  me acordé de la aspiración de García Márquez: «Escribo para que quieran más …». Pues bien, no quiero tardar mucho en leer «más»… obras de Luis Enrique Sánchez.
Gracias.

Alfonso Castilla Rojas
Presidente de Andalucía Económica







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